Óscar Toledo: el padre de las mejores computadoras del mundo

Reporte Funk. Publicado en "La Revista" #54.

Por: Raúl Tortolero

Decidió una noche dejar atrás su querido pueblo, antes llamado Sidar, una estación ferroviaria que dejó de serlo, cercano a Juchitán, de donde es originario, y con él los rumores del tranvía, siempre tan olorosos a yerbas, a sudor, y a metálicos alientos. Y viajar largas horas rumbo a la ciudad de México, donde algunos parientes lo recibirían. El muchacho tenía 13 años de edad y había sólo estudiado la primaria. Sabía arreglar radios. Y se interesaba sobremanera en la tecnología de punta. Pero ¿qué tenía que ver un niño oaxaqueño con el Valle del Silicón? Todos esos desarrollos podrían estarle vedados dada su denotada humildad, sus escasos estudios y breve edad, amén de su lejanía con toda universidad abocada a la investigación científica. Pero ya desde aquel entonces algo en la revolucionada cabeza de Óscar Toledo Esteva —tal es su nombre— lo hacía ser un tipo de madera fina y distinta. Unos ojos que no sólo reciben lo dado como un decreto, sino profundamente creativos, que toman las cosas y las transforman. Unos que estudian juegos inventados por otros, para entonces inventar el suyo propio y jugarlo inmejorablemente.

En esta historia eso quedará suficientemente probado.

Los libros de electrónica provistos de fotografías o ilustraciones de circuitería, para él —su rostro delgado, nariz de águila y acentuada fisonomía indígena— no significaban un disgusto. No prefería detenerse en los habituales cómics, como cualquier chaval de su edad, sino que con brío se hiperconcentraba, en cada uno de los puntos unidos por esos hilos metálicos tan indescifrables para los incautos, pero tan útiles como lo son.

Pasado el tiempo, y así como, valga la expresión, de una bicicleta surgió el primer planeador, del técnico en radios hablante de más zapoteco que español, emerge el creador de toda una tecnología inigualable en el orbe. Sí. Óscar Toledo es el arquitecto de una computadora, la G11, con toda una plataforma de circuitería, software, hardware y firmware, que bien equivale, pero es en realidad superior, a las Mac, o a las PC que usamos cada día.

Estoy en uno de sus dos departamentos contiguos en Satélite, donde reside con su igualmente revolucionaria familia —todos dedicados a la ciencia sin maestros— y don Óscar y su hijo de 25 años del mismo nombre, me muestran uno de sus más de 3 mil inventos: el ordenador que fabricaron y perfeccionaron a través de los años, una que puedes apagar o se va la luz en cualquier momento y la enciendes como si nada, una que indaga sus fallas sin hacerte esperar como las PC varios minutos, una que no abusa de las ventanas y sólo ocupa 4 MB de RAM —no 128 como las normales—, una que con un click cambia a 4 distintas resoluciones, implementada con libreta, calculadora, programas para editar revistas, fotos, para escuchar música en formatos AIFF, AU, CMF, MIDI, MOD, Mp3. Una con el sistema operativo «Fénix», y con su propio navegador, el Biyubi (en zapoteco: «busca y encuentra» y que no se «cuelga» del Mozilla), único en Hispanoamérica, y sin defectos de seguridad. Una con un diccionario traductor zapoteco-español con 6,500 entradas y 148 mil visitas. Una, asegura el profeta tecno de 58 años, «a prueba de virus, y con programas compatibles», 25% más barata que las otras, y que muestra en mapas los servidores que engancha al buscar información, dotada con un sistema GPS de posicionamiento global, con puertos de memoria USB y que realiza un electrocardiograma del usuario al estilo Viaje a las Estrellas, porque esta familia se inspira a menudo en películas o libros de ciencia ficción. Les gustan James Bond, George Lucas, Isaac Asimov y conocen lenguajes como Pascal, C, C++, Java Script, Small Talk, Ensamblador. Pero sobre todo, léanlo bien, esta computadora está hecha para aprender a ella: no te concibe como «usuario», sino como creador, hace que puedas seguir pensando. ¿Y? El fruto es obtener una generación de pensadores, no de bobos que sólo se comen lo que les dieron sin capacidad crítica, y por tanto de mejoría.

A decir verdad, este núcleo, el de los dos Óscares, el niño Adán, la hermana Cecilia y la mamá Hortensia Gutiérrez, es la más impresionante que he conocido hace mucho. Nadie va a los colegios. Estudian solos. Y a qué grado. Platico durante horas en días distintos con este orgullo zapoteco y su familia. Habla durante largos minutos. Lo escucho atento. No estoy ante un conformista «científico», no tengo enfrente un académico bata blanca de alguna universidad, quien, cerrada la puerta de su laboratorio, sea tan común como un diputado. Óscar posee una energía similar a la un revolucionario convencido de su causa, y lo es. Es el Morfeo de Matrix. Por lo dedicado, tenaz y escrupuloso en sus conocimientos y lo ojos rasgados estás viendo a un japonés. Pero no, es un zapoteco super avanzado. Equilibrado en humanismo, ciencia, espiritualidad, ecología. Su cuestionamiento al sistema, al Estado, a las leyes e instituciones, al narcomenudeo, a la desorganización social y su amplio proponer soluciones, amén de su muchos frutos tecnológicos, prueban que halló un sendero único de crecimiento, ahora compartido en los cursos que dicta, de los cuales egresas con los básicos para hacer una computadora. ¿Cómo es que no le han comprado sus inventos las grandes trasnacionales gringas y se hace millonario?

«Todo lo que tenemos es alta tecnología aplicada», responde. «Pero perdería tiempo patentando. A la semana ya es viejo». Además, suma, es preferible patentar en Estados Unidos. «Porque en México sólo se lo roban», critica al INPI. Y al CONACYT: «Ahí protegen a las compañías, se llevan todo y quién sabe a quién se lo den». Hay una desconfianza de los Toledo por los caminos fáciles, por ejemplo, el educativo. Lo consideran tiempo perdido. «Qué padre», platica Adán —de 12 años- que le dicen sus amigos de la calle porque no asiste a aula alguna. Ni falta que le hace. Esto no significa flojear. Juega fut o básquet en las canchas aledañas, y todo el día estudia. Creó en lenguaje html su página de Internet a la que se accede desde la main familiar:  www.biyubi.com.

Óscar Toledo cuestiona también «la ciencia de la obsolescencia», donde todo es desechable. Lo suyo no lo es, porque puede crecer. Y cuenta con un sinfín de otras creaciones: vive de vender un detector de metales, con sistema audiovisual y un generador de iones electrostático. Diseñó un monitor electrocardiográfico y una computadora abierta de autoenseñanza. Sus investigaciones se dirigen ahora a hacer programas que describan el ADN humano.

Pese a su estupenda salud, un gramo de enojo lo contraría: «Para nosotros, los rebeldes, hay la desesperanza, y para los integrados, la esperanza. A un barrendero le dan Infonavit, pero a nosotros no». Por ello tenemos que tener firmeza espiritual —dice y graba sus propias palabras, para autocriticarse después.

Y emprende un aniquilamiento de la basura del sistema. El científico —al modo griego— debe ser cuestionador, señala: «Las escuelas no sirven ya». «Si sirvieran ya hubieran hecho lo que yo». «Los niños van arrastrados a las aulas». «Son felices sólo en el recreo». «El carácter obligatorio de la educación significa una imposición: sólo sirve para conservar las jerarquías». Son algunos de los pensamientos de quien fue nominado para la beca en humanidades, por la Fundación Rockefeller en 1998, concursó en el premio Príncipe de Asturias 1999, y ha sido conferencista en la UNAM, IPN, UPICSA, Tec de Monterrey, y otras universidades.

Y pese a ser una joya tallada por sí mismo, Toledo nunca ha recibido apoyo del gobierno o de la iniciativa privada. «Hemos sido ignorados. Se están protegiendo algunos intereses» —lo sabe muy bien este juchiteco, modelo impecable del México que deberíamos ser. Y que Dios nos mande muchos como él.