La Guerra que Viene

Por: Oscar Toledo Esteva.       Febrero de 1998.


Computadora G3V2 en 1983 con pantalla integrada, lenguaje BASIC de coma flotante y procesador de textos en 80 columnas.
Se reconoce la comodidad si se trabaja con un sistema de video de 80 columnas, con un procesador de video programable que cambia el viejo estilo, así sucedió en 1983 con el desarrollo de la computadora G3V2, con pantalla integrada, lenguaje BASIC de coma flotante y un procesador de textos.

Sin declaración de guerra de por medio, aparecen los aviones robot RPV (vehículos piloteados a distancia) pequeños, silenciosos e invisibles al radar, volando muy alto en el cielo, parecidos y simulando a los zopilotes, para permanecer en el aire durante días, examinando el terreno, escuchando claves radiofónicas, y retransmitiendo las informaciones a los especialistas de inteligencia, tranquilamente instalados en un búnker situado a 200 kilómetros de distancia. A unos 15 kilómetros al norte, un grupo de robots equipados con explosivos, detectores de seres vivos, GPS (posicionamiento global por satélite) y sensores del ejército aliado, esperan a que el enemigo silencioso conecte sus computadoras. A la primera pulsación electrónica, estas máquinas guerreras se lanzarán contra los emplazamientos de armas enemigas.

En tierra, un batallón de tanques robóticos se prepara para el ataque, en formación romana tras ellos se encuentran hileras de replicas mercenarios, servo-humanoides clonados con inteligencia artificial y manos con toberas para los proyectiles. Frente a ellos, unos robots guías anti-minas inician el lento trabajo de abrir un claro en las defensas enemigas. Muy detrás aparece una fuerza especial de soldados humanos de infantería que con sus ondas cerebrales controlan a su dermatoesqueleto, lo suficientemente fuerte para detener un disparo de calibre 50 de una ametralladora o una nube tóxica de las armas biológicas.

Instalado cómodamente ante una enorme pantalla plana de video digital, para ilustrar y seguir la batalla, el general inicia el ataque oprimiendo un botón. Los robots zopilotes caen velozmente del cielo con su carga explosiva en las instalaciones enemigas de radar, los bombarderos guiados por láser barren de una sola pasada los aparatos adversarios controlados por humanos.

Mientras, las armas rodantes del enemigo descienden desde las montañas, y los robots luchan contra los del otro bando empleando escudos protectores y emisores de impulsos electromagnéticos, para neutralizar las computadoras desprotegidas. Al avanzar la batalla el campo se va cubriendo de corazas y partes de máquinas destrozadas. Solo algunos humanos han resultado heridos y piden auxilio, los médicos atraviesan el campo de batalla, examinando la frecuencia de cada chip en las chapas de identificación de los soldados heridos. Como todas las zonas de guerra fútil, éste es un lugar de violencia inconsciente y de muerte repentina, aquí los seres humanos son ceros o unos. En contraste con las batallas del pasado, esta victoria depende más del contenido de un algoritmo inteligente en los robots, que del valor humano.

En el escenario militar del siglo 21 todo ha sido delegado a los controladores de autómatas con microprocesadores, como los tanques, aviones o submarinos robots; esto cambiará fundamentalmente las estrategías bélicas y la logística de los ejércitos. Ahora mismo, las armadas de veinte países preparan ejércitos cuyas armas tienen cerebro digital impreso en silicio, aviones robots sin tripulantes, ATRV (All-Terrain-Response-Vehicles), etc. el trabajo en esta área comprende las investigaciones —militares y civiles— más productivas e imaginativas que se llevan a cabo en este momento. Por obra de la cibernética, el Golem medieval ha resucitado, solo algunos se acordarán de las obviedades de la historia humana que como un testimonio eterno nos advierte; un país somete a otro en su economía o con la guerra, si éste último permanece en la pobreza o carece de tecnología estratégica.

 

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